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...El crear el ambiente de un santuario requiere una sintonía del artista con dimensiones que trascienden lo pedestre. Era evidente que Sutil iba a utilizar los elementos que mejor conocía: la luz y el color. Su acción habría de ser más la de un director de orquesta que la de un maestro del Renacimiento. Su contribución fue entonces la de desplegar una sinfonía de colores en diseños armónicos y crear con la magia de luz y sombra, un ambiente palpitante con la resonancia de la trascendencia.
El resultado es un espacio que resplandece como un manuscrito iluminado que hubiera tomado vida. Un crescendo constante de color transporta la mente más allá del alcance de la memoria y las distracciones del deseo, donde la unicidad universal reemplaza la estática del ego. El color habla con una mezcla de voces claras y concisas, como si cada tono fuera la expresión de una parábola o lección.
Sutil pasó dos años impregnando la capilla con la esencia de la vida y un destello del más allá. Cuando terminó su trabajo, comprendió que debía seguir avanzando por esa senda, que ya no había cabida para un retroceso. Centró su enfoque en su propia existencia, en su propio compromiso con la vida. Estaba consciente como nunca del potencial de su infinitud. Había traspasado lo que Yau llama “la orilla cambiante de lo insondable”. Se había hecho una con lo ‘invisible’...
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