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Francisca Sutil en la Capilla Cruz

José Zalaquett

 


    El título de esta columna evoca el modo como suelen designarse los grandes proyectos decorativos de la historia del arte Occidental; por ejemplo: "Benozzo Gozzoli en la Capilla Medici" o "Tintoretto en la Escuela de San Rocco".  Por cierto, no estamos sugiriendo que Carlos Alberto Cruz, quien encargó a Francisca Sutil un ciclo de doce cuadros para la capilla de su residencia de Huechuraba, o la propia artista, hayan procurado emular, anacrónicamente, a los mecenas o pintores del Renacimiento.  Pero sí queremos resaltar que este proyecto se entronca deliberadamente con una antigua tradición de mecenazgo y creación artística, aunque en un espíritu de renovación dentro de la continuidad.  Por lo demás, es como debe ser, si uno busca mantener vivas las tradiciones y no simplemente embalsamarlas.

      A la manera de antaño, esta obra fue ejecutada conforme a un programa convenido entre Cruz y Sutil.  Ello quiere decir que se trata de un encargo artístico para un lugar determinado, que debía ajustarse a un tema establecido, tal como siglos atrás podía comisionarse un cuadro de la Última Cena para un espacio preciso dentro del refectorio de un convento.

      Esta modalidad de trabajo no coartaba la libertad del artista más de lo que hoy en día pueden restringirla las exigencias de los galeristas, las bases de los concursos de plástica o los olímpicos dictados de un influyente teórico.  Por el contrario, si miramos al pasado, nos sorprende lo detalladas que podían llegar a ser las especificaciones de los encargos que recibían algunos de los más grandes artistas, y cómo, sin apartarse de ellas, supieron producir originales soluciones creativas. 

      En todo caso, Francisca Sutil tuvo amplia libertad, dentro del tema escogido: el calendario litúrgico de la Iglesia Católica.  El sitio designado, la capilla Cruz, es una construcción elevada, de base reducida y oscuras paredes.  La luz penetra, tenue, desde lo alto y a través de delgadas aberturas en los costados.  El ambiente es íntimo, austero.  Los doce cuadros debían ocupar un espacio a media altura, cubriendo los cuatro muros en todo su ancho.   
 
      Francisca Sutil se aplicó a la tarea con su característico rigor y dedicación.  Estudió detenidamente el año litúrgico, compenetrándose con el sentido profundo de sus secuencias (Adviento, Navidad, Epifanía, Cuaresma, Pasión, Pascua de Resurrección, Pentecostés), con las conmemoraciones luctuosas o gloriosas que marcan un acento especial en el calendario, con la tónica estable de los períodos "ordinarios".  Paralelamente, se familiarizó con los tintes de las vestimentas sacerdotales propias para cada tiempo y ocasión (morado, magenta, blanco, rojo, verde, dorado) y realizó prolijas pruebas de colores.  Luego ejecutó numerosos trabajos preparatorios.
 
      Así se fue afinando el plan de representar las celebraciones del año litúrgico a través de doce paneles abstractos, mediante una sucesión de colores-símbolo dispuestos en franjas verticales, sin intentar una reproducción cronológica "a escala", sino que realzando las más significativas inflexiones espirituales del ciclo. 

      Llegado el momento de trabajar en los cuadros, Francisca comenzó por aplicar varias capas de yeso pigmentado (una técnica que ha perfeccionado ella misma) para otorgarle profundidad cromática a la superficie.  Finalmente fue pintando al óleo las franjas de colores, las cuales debían ser trazadas de una sola pincelada, en el orden previamente planeado, sin margen para error.  Aquí y allá, cuando los requerimientos estéticos o simbólicos lo justificaban, introdujo algunas decidoras variaciones en el matiz o intensidad de los tonos litúrgicos.

      Como todas las grandes obras de arte ejecutadas de acuerdo a un programa, el conjunto que pintó Francisca Sutil nos conquista por sus cualidades plásticas, aun antes de familiarizarnos con los significados que conlleva y que nos permiten ahondar en su apreciación.  Colocada en el emplazamiento para el que fue concebida, la serie de cuadros abstractos ilumina el recogimiento de la severa capilla con el fulgor quieto y transido de los vitrales medievales.

      Esta admirable realización merece una exposición temporal en alguno de nuestros principales museos, con un montaje apropiado y acompañada de los trabajos preparatorios que ilustran su itinerario creativo.

 
  fs
   
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